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15/8/12

once

Lo feliz fue venir a la cocina y ver que nada más es la una de la mañana. Los demás reconocimientos no sé si son felices. Hoy dejé mis cosas por todas partes. Y llegado el momento (ahora) en que empiezan a molestarme las cosas, lo único que tuve ganas de hacer es pasar el trapo a la mesa, aunque migas hay en todas partes.

Lo hice, sólo porque en mi cuarto ya no se puede estar. Más allá de que logré el acostumbramiento de las cosas molestas (todo lo que podría estar tirado está tirado y las cosas que pueden caerse, de a poco se caen y ya ni miro cómo quedan en el piso), el problema fue el cumpleaños de algún vecino de enfrente.

Por más altas que sean las voces que cantan el feliz cumpleaños hace ya más de una hora, interrumpida por momentos breves (pero, convengamos, el feliz cumpleaños durante una hora no es normal), no logré entender quién cumple años. Lalo, Cacho, Polaco o Mono. Alguno de ellos. Creo que es un festejo lleno de bolas. Todos hombres y con las bolas bastante por el piso, me parece. Y luego algo de vidrio se rompe y arengan, cagón, eh, cagón, dale cagón.

Cuando se me ocurre entender lo desastroso, tengo la capacidad de percibirlo todo a ese antojo catastrófico. Y a partir de las cuatro de la tarde de lo que corresponde llamar ayer, no tengo idea de qué hice porque me uní a la catástrofe. Sucede por una cuestión femenina. Y aunque hoy en casa nadie menstrúa, yo sé que es eso.

Una de las balerinas negras estaba en medio de la cocina, y la otra a la entrada del comedor. No sé si cuando entre a casa me saqué una, caminé unos pasos y deposité la otra, o si en cambio me paré y las dejé a merced de la entropía y la patada. Derecha comedor, izquierda cocina.

Hasta que sonaron los cagón y los vidrios rotos, estaba tirada pensando en la idílica escritora cuyas palabras Humbert Humbert deseaba tomar prestadas para describir a su Lolita como tanto deseaba. Todo es mejor que imaginar a su Lolita, hoy, que los estrógenos y la progesterona arruinaron todo. Porque a las cuatro de la tarde, cuando llegué de mi edificado día nublado pero edificado al fin (hasta me había puesto corrector de ojeras) y me tomaba un té de las cuatro de la tarde como quien acostumbrara tomar un té y todo transcurriera con la precisión de la aguja de un relojito suizo (y eso me hace pensar en útero y en días 28 rodeados de un círculo en fibra roja en el calendario donde están apuntados los exámenes parciales), entraron en mi casa tres chicas más altas que yo pero más jóvenes que yo con mi hermana de catorce años y se instalaron una detrás de la otra como monos a: secarse el pelo la una a la de adelante que trenzaba a la de adelante que planchaba el pelo a la de más adelante que era mi hermana con las manos sobre las rodillas.

Ruidos. Ruidos. Disposición de sillas, rechinan contra el piso. Dos cables tensos cortando el paso de la cocina al comedor y yo con la taza de tecito a medio terminar, ya abandonada, porque nosepuedestar! Quehablancomocotorras! Ynadiemescuchaquejarmeporelruidodelsecadordepelo.

Fluidos”. Después serum para las puntas del pelo, corrector-base líquida-polvo volátil-rubor, delineador-rimmel-tarada no pestañees. Y a mí se me ocurre intelectualizar la situación tratando de pensar en los grupos de pertenencia y en la necesidad de hacer fotos interiores para el cumple de 15 e intercambiarse ropa entre amigas aunque todas tengamos las mismas ropas.

Como todo lo pretendido: vano. Como la prosa adornada vana, durante el día intenté cosas y todavía sigo con el impulso elegante.

Cuando me fui a mi pieza después de mi coquetería frustrada me acordé que alguien me había contado de los sueños lúcidos, y al no tener sueño era probable que si me tiraba a dormir soñara. Y así fue aunque no tengo ningún recuerdo salvo el de que el hermano de un amigo mío me invitara a su debut como boxeador en un club que parecía el olimpo. En realidad quería soñar con nadar de noche en la pileta de un hotel y ver los pies de alguien sentado en el borde balanceándose en la masa de agua clara en la oscuridad verdosa.

Una cuestión de pretensiones y de tampoco poder quedarme donde abundan explosiones masculinas con feliz cumpleaños hasta mi ventana. Si logré la pileta en todo caso debo haberme ahogado y haber recordado mi idea de pies balanceándose al borde de la pileta me hizo pensar en uñas color cereza y quizá sea hora de imaginar a la Lolita y olvidar a la escritora que la describiese.