La verdulera se comió un pedazo de sandía. A la noche un
local que vende luces estaba cerrado y todo prendido. La calle está llena de
obviedades. Una amiga me reconoció al caminar, por cómo camino. Me dijo que
camino bailando. Hay una casa sobre 116 que dice “La española” y me encanta.
Tiene ladrillos a la vista y un puentecito. Me imagino abriendo las ventanitas
de la cocina a la mañana. Lo escribo así lo vivo de algún modo. Reviso algunas
cosas viejas en papel : hay muchas verduleras comiendo sandías. Un chico me
regaló un libro el otro día. Dijo que tenía que regalárselo a alguien. Dijo
esta chica esta noche. Me explicó qué estaba pensando. Y los conejos están
todos juntos. Hace calor y están en las jaulitas. En Ringuelet la tía Manzi
mataba conejos. Los colgaba en la soga para que gotearan sangre. Antes de morir
gritaban mucho. La tía Manzi decía que todos chillábamos. Es que para mí eran
conejitos. Y zas, a la parrilla. Yo le dije a una nena que la caca era como los
cereales. La caca del conejito. Yo vi morir a ojos rojos. Me pregunto dónde
quedaron los ojos. Prefiero que dejen de invitarme a esas casas tan tristes. Yo
vivo en La española. Cuando quiero. Y está invitado el que quiera. El que yo
quiera. Porque en mi ficción muevo peones. Y a la tía Manzi la atiborro de
fideos. Suelto los conejitos para que anden. Ojos rojos en la oscuridad. Ojos
rojos, vos y yo asaltando el local de las luces. Roer los cables. Desconectarlo
todo. Pinchar esas metáforas llenas de cobre. Después te vas, conejo: está escrito.
29/11/12
treinta y cuatro
Cuando teníamos quince nos tirábamos en una alfombra verde
con dibujo de cancha de futbol. Comprábamos petaquitas de vodka con sabores y
las tomábamos rápido. La panza nos recibía todo. Hablábamos de las golosinas
que ya no existen y de Mick Jagger. Poníamos los ojos chinos y mirábamos la
luna expandirse por la ventana. Preservábamos la amistad todo lo posible.
Tirados uno al lado del otro nos alejábamos con una repulsión que ahora
entiendo como una repulsión al daño. Pero un codo suyo rozaba mi brazo, un pie
mío su tobillo y nos íbamos acomodando. Primero llegaba la excitación. Los
besos eran a último momento. Una vez quedé desnuda. Él estaba vestido y yo me
fui sacando todo hasta quedar sola, con la luz de las diez de la noche. Él dijo
nena te quiero nena por siempre .
Suscribirse a:
Entradas (Atom)