en orden::::::::::::::

29/11/12

treinta y cinco



La verdulera se comió un pedazo de sandía. A la noche un local que vende luces estaba cerrado y todo prendido. La calle está llena de obviedades. Una amiga me reconoció al caminar, por cómo camino. Me dijo que camino bailando. Hay una casa sobre 116 que dice “La española” y me encanta. Tiene ladrillos a la vista y un puentecito. Me imagino abriendo las ventanitas de la cocina a la mañana. Lo escribo así lo vivo de algún modo. Reviso algunas cosas viejas en papel : hay muchas verduleras comiendo sandías. Un chico me regaló un libro el otro día. Dijo que tenía que regalárselo a alguien. Dijo esta chica esta noche. Me explicó qué estaba pensando. Y los conejos están todos juntos. Hace calor y están en las jaulitas. En Ringuelet la tía Manzi mataba conejos. Los colgaba en la soga para que gotearan sangre. Antes de morir gritaban mucho. La tía Manzi decía que todos chillábamos. Es que para mí eran conejitos. Y zas, a la parrilla. Yo le dije a una nena que la caca era como los cereales. La caca del conejito. Yo vi morir a ojos rojos. Me pregunto dónde quedaron los ojos. Prefiero que dejen de invitarme a esas casas tan tristes. Yo vivo en La española. Cuando quiero. Y está invitado el que quiera. El que yo quiera. Porque en mi ficción muevo peones. Y a la tía Manzi la atiborro de fideos. Suelto los conejitos para que anden. Ojos rojos en la oscuridad. Ojos rojos, vos y yo asaltando el local de las luces. Roer los cables. Desconectarlo todo. Pinchar esas metáforas llenas de cobre. Después te vas, conejo: está escrito.

treinta y cuatro



Cuando teníamos quince nos tirábamos en una alfombra verde con dibujo de cancha de futbol. Comprábamos petaquitas de vodka con sabores y las tomábamos rápido. La panza nos recibía todo. Hablábamos de las golosinas que ya no existen y de Mick Jagger. Poníamos los ojos chinos y mirábamos la luna expandirse por la ventana. Preservábamos la amistad todo lo posible. Tirados uno al lado del otro nos alejábamos con una repulsión que ahora entiendo como una repulsión al daño. Pero un codo suyo rozaba mi brazo, un pie mío su tobillo y nos íbamos acomodando. Primero llegaba la excitación. Los besos eran a último momento. Una vez quedé desnuda. Él estaba vestido y yo me fui sacando todo hasta quedar sola, con la luz de las diez de la noche. Él dijo nena te quiero nena por siempre .