Quizá fuera ese modo maldito que tenía de apoyar la mano
en el asa de la pava eléctrica. Cuando
bullía el agua para el té se aferraba para sentir la vibración. Yo estaba
sentada en la mesada y ella hacía como que iba a quemarme apoyándome la pava en
las piernas. Yo las corría en un espasmo como reaccionando a un estímulo
caliente, pero el plástico nunca quemaba.
Era eso o quizá ese amor lento con que puso en un florero
las flores que una mañana me decidí a comprarle. Eran fresias, fucsias y
amarillas. El olor me había hecho detener en la esquina, un segundo mínimo
antes de cruzar la calle. Me hicieron acordar a un gusto viejo, cuando me
gustaban las flores y mis preferidas eran las fresias.
Ella tuvo una
reacción lenta, de chica agasajada por un extraño con bigote incipiente y
transpirado.
Hasta me toqueteé la cara para corregirme el brillo, la
transpiración. Tanteé si mis cejas todavía tenían forma de cejas de chica. Ella
llenó un frasco de vidrio donde habían venido unas aceitunas. Puso el frasco
bajo el chorro de agua del lavaplatos, inclinado, sin abrir la canilla del
todo. Lo llenó lentamente , después tomó el ramito por el papel metalizado y lo
metió en el frasco que dejó ahí mismo.
Un adorno barato sobre la mesada, en el lugar donde a la mañana yo pongo
mis piernas para que hagamos de cuenta que me las quema.
Flor
te hace falta
Agua fresca?
Yo tengo tanto frío
Escribió una poesía titulada "El retorno a las hornallas"
o métase usted una fresia en el culo.