en orden::::::::::::::

2/10/12

diecisiete



No tenía ganas de hablar. Me dijo que antes de irse a dormir se le había ocurrido que hoy podríamos tomarnos el micro ahí donde nos bajamos siempre cuando venimos a casa.
––Para ver lo que hay después.
––¿Después de dónde?
––De dónde va a ser, tarada.
Estaba sentada en el bordecito de la mesada con los pies sobre el horno apagado. Parece que no hubiera sillas en esta casa más que para usarlas cuando tenemos que cambiar un foco, colgar un cuadro o matar una araña en el rincón del techo y cosas así. Cuando hay una araña ella lleva una de las sillas y se sube. Aun así tiene que ponerse en puntitas de pie y los gemelitos se le ponen redondos. Tac, le da a la araña con una zapatilla, a mí me da escalofríos y jamás podría hacerlo. Ella dice que no puedo hacer nada útil y que nada más le lleno la casa de flores y pelotudeces.
Sé que no tiene ganas de hablar por cómo está. Con el pecho cerca de las rodillas prendiendo fósforos. Frota uno contra la cajita, con fuerza una sola vez y ya se prende. Hay un ruido de fuego prendiéndose que escuchamos las dos atentas. Ella lo mira de cerca y después sopla. Tira el fósforo al suelo y saca otro de la caja. Después lo enciende.
Cuento 15 fuegos que se prenden, y no sé cuántos fósforos quemados más que prendió antes de que me levantara.
––¿Y dónde termina el recorrido del micro que nos trae a casa?
––No sé. Muy lejos.
––¿En Ensenada?
––¿Necesitás que le busque un nombre a ese lugar para que te quedes tranquila? Se llama Gran Fragata.

Como los fósforos.

dieciséis


No sé por dónde empezar. El final iba a ser que yo volvía a casa pensando en nada. Pero salió todo mal. Empecé a imaginarme una poesía horrible, que hablaba de hilos de sangre como telarañas. La idea de la sangre se me instaló con la película. Él ya había pasado su brazo por encima de mis hombros y yo me había acurrucado.Cuando nos dimos un beso aproveché para irme.

––Te estaba saludando ––dije, cuando me paré y me acomodaba la ropa. Él estaba quieto sobre el sillón. En la pantalla cambiaba algo de rojo a verde.
––Abrime.
Que los finales son negros.

quince



Para ir al médico prefiero ir por el parque Saavedra. Todo es mejor por el parque. Camino, se me ocurre que camino para afuera, con un ímpetu de extremidades por las que podría salir algo, como corriente eléctrica. Imagino esa silueta de hombre (iba a decir sombra, pero dije silueta). Imagino esa silueta de hombre de proporciones perfectas. La salud, la inteligencia, lo pleno, la ubicación de los chakras. No puedo imaginar esa silueta de mujer.
Algo como gárgolas en el charco. Dos viejas de la  mano van de esquina a esquina sobre la misma vereda. Lo sé porque al volver del médico ellas vienen en dirección contraria. Me cruzo, entonces, dos veces con las viejas. Las dos veces miro más a la vieja amarilla, con los labios pintados de bordó.
En el barrio hay una casa con rejas que tiene un jardín delantero. Sacan la basura y la dejan ahí. Hasta que sean las ocho de la noche y puedan sacarla a la calle sin que los perros hagan un desastre. Tienen la basura todo el día en un jardín delantero, todo el día ahí afuera, para los que caminamos, todo el día ahí afuera para no sentirla.

catorce



Los de la municipalidad plantaron florcitas amarillas en las esquinas de las plazas. Los días que voy a cursar, cuando vuelvo arranco algunas y las traigo a casa, y aunque las pongo en agua no duran mucho, se marchitan rápido. En cambio las fresias duran más. Los miércoles los chicos que venden Rodesia en la esquina traen ramitos de fresias. Me siento una chica hermosa volviendo a casa con un ramo en la mano.
Nunca me gustaron las flores, digo a veces. Me hacen acordar a bichos, imagino una especie de gusanos que salen del centro de polen. El polen me da no sé qué… cuando alguien lo pide en la dietética no puedo creer que lo consuma en serio. Quizá solo lo compre, como hace mi tía que se compra la ropa para que la usen otros cuando ella muera. Todo lo referido a abejas me da miedo, la muerte también. Pero me acuerdo que un día me trajiste una rosa porque yo estaba muy enojada.
Las cosas se van a quedar donde están. Y a veces, cuando me siento enferma, quemaría todo de pura bronca. Creo que alguna vez creí en la eternidad y la quise. Creo que cuando dejé de creer en la eternidad ese deseo quedó dando vueltas, saturando el aire.
La primavera me pone a hablar del polen y de vos. No sé muy bien, pero parece que soy de lo más normal: en septiembre hablo de flores. Y esta tarde pasé frente a tu casa vieja. Había flores violetas en la entrada, una planta bien firme y nueva.

trece



Ayer en la sala de espera había un nene con anteojos con cordón. Se sentó al lado de otro que estaba leyendo una historieta. Mientras este leía en voz alta silábicamente los globlos de diálogo, el nene de anteojos con cordón se inclinó a mirar los dibujos.
––No es para los dibujos, son chistes para que la gente se ría–– dijo el que leía y se apoyó sobre la panza gorda de embarazada de su madre, abriendo apenas el libro de historietas como para verlo él solo.
––No te entiendo nada.