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2/12/12

treinta y siete



El cielo se llena de luces de colores, que suben hasta cierto punto, impulsadas, y bajan con un peso triple.
Los vendedores venden luces de colores, que suben hasta cierto punto, impulsadas, y bajan con un peso triple.
Los vendedores muestran cómo funciona la luz en el cielo: la disparan con una pistola y la luz, una hélice, vuela y cambia de color, de azul al rosa.
De azul al rosa suben ocho luces de padres adquiriendo lo que los vendedores mostraron. Los padres disparan mostrando a sus hijos, felices y ansiosos (más lo segundo).
Los hijos corren la hélice apagada, cayendo en oblicuo sobre el pasto del parque. La recogen confundidos, pensando en si es la suya o la de otro hijo de otro padre que haya disparado.
Los hijos vuelven con sus propios padres a buscar la pistola para disparar luces. Los hijos torpes no logran el metro. Los más torpes logran un disparo horizontal sin gracia. Los habilidosos ven su luz subir hasta el cielo, cambiando de color de azul al rosa.
La hélice apagada en caída libre hasta el pasto.
Un hijo no enterado un padre que no escucha a los vendedores, sentados en el pasto ven las luces, el violeta el verde el amarillo el naranja entre el azul y el rosa. Mirá papá qué es eso (feliz y curioso): qué importa.

treinta y seis



A las nueve de la mañana no hay más fiesta, querida. Porque sale el sol y el sol es así. Las luces se vuelven inútiles y el calor es el calor del día. El cuerpo lo sabe, el contacto es otro. Por eso a las nueve de la mañana mejor volverse a la casa. Mejor ir caminando y ver que abren los negocios. Agarrar esa envidia de hogar, a los que se están levantando a comprar el diario, la revista. Comprar una revista. Para qué. Porque así participar de esa actualidad. La actualidad única que te agarra de la cabeza y te mete bajo el chorro de agua. La cabeza borracha. Bajo el chorro de agua; y a las diez de la mañana ya chupaste el sol también, querida. La insolación sin Quiroga. La insolación fea. Que si te pusiera un vaso de agua en la cabeza saldrían mil burbujas. La cura de la bruja, el empacho. Lo que se aprende en la noche buena, cuando empieza a ser más interesante aprender brujerías que abrir regalos. Y cuando empiezan a regalarte cosas útiles. Te das cuenta. Es mejor volver a casa. Con la cabeza bajo el chorro de agua, con el vaso de sombrero. Con mil vasos de sombrero, volver, a sacártelo, y se acabó la formalidad. Y sos una loca sin sombrero como dicen los viejos. Con las ideas chatas, a esa hora, qué vas a pensar. Te parece artística la mujer policía en la fila de la panadería. Y el pibito que va detrás metiéndote miedo y de golpe te pasa y se afloja la tensión y bueno, ahora no viene nadie detrás de vos, qué vas a hacer: invertir roles. Ahora sos la perseguidora. Y el pibito empieza a mirar de reojo. Por el rabillo: disimulado pero se nota mucho, que ahora la persecución es inversa. Qué divertido. El contacto. Deprisa esos piecitos bailarines, deprisa. La cara en los vidrios. Cualquier estrella es poco bajo el sol. Me gusta. Se calla el rock and roll y ahora hablo yo, querida amante en proceso de resaca, querida sola querida callada silenciosa ahora hablo yo por vos y sin canciones, subida al podio del análisis, te acuno: yo, la madre de la huérfana.