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19/11/12

veintiséis



A las 10 de la mañana abre todas las ventanas, incluso la persiana de la chiquita. Y la chiquita la ve entrar, la tía ya está arriba de sus tacos, la tía, la vieja, la que quedó como un jabón entre la ropa interior por siempre.
Entra, con ese olor a jabón. A naftalina andante. Y andante va, sin detenerse, no hace nada más que andar, por toda la casa, a la chiquita no la mira nunca. Pero le abre la ventana, le levanta la persiana tres cuartos. Para que la chiquita no lo haga después, porque la levanta al cien por ciento y hay que llamar al tipo de enfrente a que venga a desatornillar el taparrollos.
Porque ni la chiquita ni la vieja saben hacer nada. La chiquita está siempre muy entretenida con sus cigarrillos. La vieja no le dice nada, no la mira cuando fuma. La primera vez que la vio pensó en el vino. Entonces volvió al vino. Y están las dos contentas sin mirarse.
Y qué casa tan luminosa, esa mañana. Entra olor a flores por todas las ventanas. La chiquita se asoma a la ventana. Le dicen la chiquita y tiene unas caderas, un culo grande. Los huesos largos tiene la chiquita y la vieja también los tiene. Antes los tuvo rellenos. La vieja era una mujerota, de huesos largos. Un cuerpo curvo que ahora se marca en ángulos.
El tipo de enfrente no lo puede creer. Los dos ángeles, las dos generaciones de culonas. Les cobra siempre veinticinco pesos. Siempre son los mismos arreglitos. La persiana que se atasca, el tanque que gotea, cada tanto la cisterna, y a veces la bicicleta necesita aire, o aceite.
El tipo de enfrente una vez vio salir a la vieja en bici. El culo perfecto, en dos mitades arriba del asientito. Increíble la vieja. La chiquita cada tanto vuelve tarde con una linternita de luz trasera. Parece que le da miedo la oscuridad a la chiquita. Debe hacer todo con la luz prendida, pensó el tipo una tarde que le fue a desatornillar el taparrollos. La chiquita estaba sentada en la cama disculpándose con gracia por haberlo llamado tan después del almuerzo. El tipo había salido de la casa tomándose el último trago de vino, después de una carne al horno que le hizo la señora. La señora se la pasa cocinando. Y la chiquita esta no va a cocinar nunca, piensa el tipo. Ni la vieja. No comen nada estas dos. Crían ese culo de puro estar sentadas. Pero los hombros los tienen cuadrados, y el vientre se hunde de cadera a cadera como un puente elástico.
La vieja se sienta al lado de la chiquita, y la chiquita se ríe de su torpeza. Cómo tiró de la cinta. La ventana quedó abierta de par en par y entró el olor a flores de la calle. Si así abrieras las.
––Se puede estar en maya afuera.
––Y qué vamos a hacer en maya.
El tipo mira. La chiquita y la vieja recostadas, transversal en la cama. Las dos con esas dimensiones idénticas y la misma cara de trolas. Aunque entre ellas no hablen de troladas. Son unas trolas por separado. Y el tipo las tiene ahí, a las dos juntas. La señora se la pasa cocinando. Tanto. Hinchándole los huevos. Podría dedicarse a alimentar a las fieras. Darle de comer a estos animalitos. Las tres, las tres. Las tres juntas, la señora, la vieja y la chiquita. Tres culos, seis tetas, tres vientres. Dos cuerpos gemelos. Les debe dar impresión, encontrarse tan ellas, la una en la otra jóvenes y avejentadas. Les debe gustar romper cositas de la casa para que venga el tipo con las herramientas.
El tipo
Hace años que usa las mismas.