No hay azúcar. Y todas las puertas del barrio están
tapiadas. Los vecinos se extinguen. Mara vio una casa derrumbarse. La máquina
fue contra la casa. No había nadie que se emocionara. La casa estaba vacía.
Tenía papeles de diario en las ventanas. Algunas estaban rotas.
La casa de derrumbó, sin resistir a la máquina. Edifican complejos
en todas partes. Los centros culturales se llenan de los sin techo, la bohemia,
la reina de cielo. No hay azúcar. No hay vecino que a Mara le preste una taza.
Mara vio una casa derrumbarse en el barrio donde nació. Quizá la casa, a través
de sus ventanas, la haya visto pasar.
La haya visto volver a la madrugada. Apretada contra una
pared. Buscar las llaves en la mochila. Ignorar un piropo.
Ojalá las paredes hablaran. A veces sería mejor
escucharlas a ellas.
Mara sale por la ventana. También tapiaron su puerta. Las ventanas
como ojos sangran un humano solo que se escapa de nadie. Con una taza vacía
buscando azúcar. No puede irse muy lejos, no hay que perder de vista la
entrada, porque viene la máquina. Pero el azúcar suena tan dulce. Como la voz
de las paredes cuando caen.