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25/11/12

treinta y dos



Hace un tiempo salí a andar en bici con mi viejo. Fuimos en bici por una zona arbolada, hermosa. Era otoño. A los lados del camino había color anaranjado y dorado. Mi viejo iba adelante escuchando su música. Yo también, me acuerdo que escuchaba radiohead.
Había empezado una dieta, un ayuno. No me acuerdo bien a qué me consagraba, o qué esperaba que sucediera en mi cuerpo. Pero salí en ayunas. Mi viejo iba rápido. Yo le pegaba gritos pero no escuchaba.
Pasamos por un puentecito que me costó la subida. Seguimos. Empezó a lloviznar, se me humedeció la ropa. Me dio frío en la nariz y en los dedos de las manos. Mi viejo dijo que tomáramos el tren y me mandó a comprar los boletos. Para eso tenía que cruzar las vías e ir a la boletería. Saqué los boletos y me desmayé. Alguien se acercó con un gatorade. Después crucé la vía y volví. Mi viejo estaba escuchando su música. Ya venía el tren, subimos las bicis. No usamos los boletos, qué suerte. Cuando me desmayé los perdí. No estaban en ningún bolsillo. Quizá me lo imaginé todo.

treinta y uno



Una noche íbamos por el bosque y Camila me dijo que imaginara una historia sobre alguien que no entendiera bien ninguna señal. Que interpretara todo para el culo. Le dije que una persona así cruza la calle y se la llevan puesta. Ella me dijo bueno Jorge me cagaste la historia. Vieron que uno, pequeño occidental, desea que suceda algo antes de la muerte. Algo visual. Se me ocurrió pensar en alguien que no se reconozca en los reflejos. Como el gato.

El gato cruza la calle corriendo. Más rápido que el camión.

Ella dice lenguaje
Yo instinto. Y el gato viene hacia mí.