Hace un tiempo
salí a andar en bici con mi viejo. Fuimos en bici por una zona arbolada, hermosa.
Era otoño. A los lados del camino había color anaranjado y dorado. Mi viejo iba
adelante escuchando su música. Yo también, me acuerdo que escuchaba radiohead.
Había empezado una
dieta, un ayuno. No me acuerdo bien a qué me consagraba, o qué esperaba que
sucediera en mi cuerpo. Pero salí en ayunas. Mi viejo iba rápido. Yo le pegaba
gritos pero no escuchaba.
Pasamos por un
puentecito que me costó la subida. Seguimos. Empezó a lloviznar, se me
humedeció la ropa. Me dio frío en la nariz y en los dedos de las manos. Mi
viejo dijo que tomáramos el tren y me mandó a comprar los boletos. Para eso
tenía que cruzar las vías e ir a la boletería. Saqué los boletos y me desmayé.
Alguien se acercó con un gatorade. Después crucé la vía y volví. Mi viejo
estaba escuchando su música. Ya venía el tren, subimos las bicis. No usamos los
boletos, qué suerte. Cuando me desmayé los perdí. No estaban en ningún bolsillo.
Quizá me lo imaginé todo.