17/7/12
cuatro
tres
Pasé una noche de mierda. Me tranquiliza el ruido del ventilador. Un motorcito que gruñe, es como una voz masculina con notas cíclicas. “ññññ Ñ ññññ Ñ ññññ Ñ”. Si cambiara de ritmo me incomodaría.
Recuerdo esa vez que se murió el tío de una amiga. Ella y yo estábamos tomando la merienda en la cocina. La madre estaba hablando por teléfono, y le contaba a alguien que su hermana se había dado cuenta de que el marido estaba muerto porque había dormido como hacía tiempo que no dormía: en el silencio de la noche. Parece que el señor difunto en sus noches de vida “roncaba a lo pavote” (así dijo la madre de mi amiga). Cuando la tía se despertó “fresca como una lechuga” el de al lado había “partido hacia otro mundo”.
“Viuda y finado descansan en paz.” : Estas son las cosas que después de escribirlas me perturban a mí y no me dejan dormir. “Qué basura. Ñ ñññ N. Qué basura.”
El ritmo del verano.
dos
Sé que no tengo que enojarme con el clima. Desde que dejé de creer en dios no sé a dónde mirar cuando quiero decir “basta”. Basta el calor.
Anoche me desperté transpirada. Estaba acostada boca arriba y entre las tetas aplanadas vi gotitas de transpiración. Me incorporé rápido y me mareé. Fui a los tumbos hasta el baño y vomité una cosa moquienta semidorada. Entre una arcada y la otra traté de pensar en el color ese que salía de mí, pero la verdad es que no podía evitar sentir la acidez, desde el esternón hasta la nariz. Porque la instancia “boca” no fue la última, sino que ascendió. No sólo el olor sino por dentro, por el conducto que va desde la garganta hasta la nariz,y salió.
Cuando parecía que no había más nada me paré y me miré al espejo. Tenía la cara blanca y llena de lágrimas. Me hice unos buches y otra vez empezó la arcada y ahí tuve el problema de a quién decirle basta. En otras épocas rezaba para sentirme mejor.
“Estoy sola con mi charco de oro”, escribí cuando volví a la cama.
Abajo apunté “Qué bueno es poder omitir este sabor inmundo en la hoja.”
“Podría, sí. ¿Qué me pasa que igual lo escribo?”.
uno
“Ante la imposibilidad, localizo esto justo en el lado izquierdo de mi pecho. La muerte como inminencia. El dolor que amor y desamor”.
Y ahora me pregunto por qué la instancia de escritura en el jardín tenía que ser tan…
Circulatoria.
Pienso que la palabra es circulatoria e imagino un corazón apelmazado. La sangre engrosada que no puede circular por las venas con suficiente rapidez. Se termina la espontaneidad. El simple impulso de enamoramiento y de vida.
Y vine al jardín a escribir y rescribir pero lo único que puedo hacer es comentarme a mí misma que no, que así no y así tampoco. Mientras tanto el vecino se subió al tanque de agua y, parado ahí con los brazos en jarra, mira hacia todas partes como si se le hubiera perdido una idea.
Me acerco al paredón y lo miro desde ahí. Ahora su cabeza parece aún más pequeña: un cuerpo demasiado grande para ese cerebro. “Así no vas a encontrar ninguna idea”. Y digo “encontrar” porque, seguramente, la idea va a ser ajena.
––No hay agua. ––le digo–– ¿vas a arreglarlo?
El tipo mira hacia abajo. Acá estoy. Soy un bicho. Yo.
––no hay agua ––me dice.
Me siento en el banco otra vez. Allá arriba del tanque sigue buscando.
––Es la pileta de los de al lado. Son los de al lado. El agua de todo el barrio se va por ahí. ––le digo.
“Pileta pública”, escribo. “Pis”
––¿Eh? ––me dice el tipo, con cara de no entender. Contorsiona la boca, arquea las cejas y abre los agujeros de la nariz.
––Se merecen el pis de todo el barrio.