Lucía querrá un vaso de jugo. El jugo naranja en la jarra
empañándose, goteando transparente al otro lado del vidrio. Querrá un vaso de
jugo, que le refresque la garganta. Sentarse bajo la sombrilla del jardín,
apantallarse con la señora, las dos cada una con un abanico fino. Alisar juntas
las servilletas del copetín de media mañana como quien ya no sabe qué hacer con
las manos.
Cuando se hacen las once la señora le dice a Lucía que se
fije en el galpón, que quizá el jardinero (este… no recuerda el nombre, ¡el
jardinero, Lucía!), que quizá el jardinero se haya dejado el sombrero.
Póngaselo Lucía que el sol está tan fuerte.
La señora se apantalla con un abanico fino. Las uñas las
tiene como caracoles, duras, curvadas, rosas. Y después revuelve el jugo
naranja en la jarra que ya goteó sobre la mesita blanca bajo la sombrilla del
jardín. Cómo detesta ese charquito. Pero a Lucía qué le va a pedir una rejilla,
si Lucía está con el sombrero del jardinero baldeando el caminito y también se
le hacen charcos entre piedrita y piedrita.
Bajo la sombrilla ese charquito no se va a secar y sobre la
mesita blanca, tan limpia, no hay tierra que absorba charco. En cambio entre
las piedritas…
Al final la señora usa la servilleta del copetín de media
mañana. Como no sabe qué hacer con esa mitacita de polvorón que había dejado
sobre la servilleta lo piensa dos veces, con el polvorón agarrado apenas entre
el índice y el pulgar… ¿Lucía querrá este pedacito de polvorón? Pero no, qué va
a hacerle una comida tan nada, a ese cuerpo, a esas caderas enormes (es que todas
las empleadas siempre han tenido esas caderas enormes).
––Lucía, me hace el favor. Venga un segundo.
Y Lucía se acerca, con el trapo de piso en la mano.
––Pero: Las manos sucias, Lucía. Se va a pescar un virus.
La Señora se va a tener que parar. Porque Lucía es alta, es una
mujerota. Es una mujerota de caderas enormes, morocha, morochaza, como dice el
señor de la casa (culona, dice también). Se para para llegarle a Lucía, que
hace cualquier reguero y se lo arregla el sol, se lo arregla la tierra. Para
llegarle a Lucía, extiende la mano que tiembla, quién dijo que las señoras no les
hacen favores a las empleadas. Entonces le da la mitad del polvorón en la boca.
––Se va a atragantar, Lucía. ¿No querrá un poco de jugo?