Hay un hombre al otro lado de la
ventana. O una mujer. De repente se hizo una silueta entre las hendijas. Ya
pasó el mediodía y sé que hace medio día que estoy acá adentro. No tuve ganas
de levantarme. En el techo están las estrellas de plástico fluorescente. El
camino de estrellas hasta el globo de luz. El globo está adornado con stickers
de letras. Las letras no dicen nada.
Me vi a mí misma en una foto. Esta
habitación era una foto hasta recién. La luz estaba quieta. El ámbar entraba
por la persiana. Sé que afuera debe subir el calor desde el asfalto y desde la
vereda. Y alguien se paró del otro lado de la ventana. Es una figura humana. No
quiere decir que sea un humano. Pero quiere decir que puede estar cerca de
serlo. Me aterra. Me parece ver ojos. Es algo violeta.
Ya es hora de levantarme. El mundo puso el
terror para que corramos. Las bocinas suenan como una fiesta, como yendo hacia
una fiesta, llevando a alguien que triunfa. La música es la misma hace rato,
puedo cambiar los discos si giro sobre mí misma. Y si bajo un brazo está la
botella de agua.
Apoyo los pies en el piso y me
incorporo. Siento una respiración, siento vida que emana por unos poros al otro
lado de la persiana. Se acerca, sus ojos penetran en el claroscuro de la
habitación. La silueta se delimita perfectamente y perfecta. Es una figura de
una humanidad perfecta. Con un fibrón rojo la marco sobre las tablas de la
persiana. Quizá podríamos esperar todo el día, sin movernos los dos. El sol
proyectaría otras sombras. Podría pintar el lado de la calle, de mi calle, y no
verla nunca más. Las sombras desconocidas que me inmovilizan. Mis propios pies,
mi cuerpo tantas veces desconocido. Con el mismo fibrón remarcarme las venas.
Como en una muerte lenta, mis venas despidiendo rojo a través de mi piel.
Lentamente tajos.
Mi lado izquierdo como una nervadura.
Del pecho parten líneas no tóxicas, es un marcador para niños. Imagino que
rasgo algo. Y algo de rasga, mi imagen en el espejo, quieta, tan sólo doy media
vuelta para mirarme. Ahora estoy de espaldas a la persiana pero puedo
controlarla a través del espejo. La sombra sigue ahí. Quizá mi sombra coincida
con la suya. Quizá ese ser use la mano
izquierda para marcar su cuerpo. De espalda coincidiríamos uno tras el otro. De
frente sus venas complementarían las mías. Mi medio cuerpo rojo. Cada vez más.
Entonces la sombra se vuelve más pequeña, parece difuminarse y desespero.
Levanto la persiana de un solo tirón para evitar que tenga tiempo de huir. Voy
a asustarlo. Voy a hacer que se sobresalte y su corazón lata tan rápido como el
mío. Voy a mostrarle que parezco mitad de carne y mitad de piel o parezco un
mamarracho de niña con un solo fibrón, le voy a decir que me lama, que no es
tóxico, al menos no mi lado izquierdo.
Tiro y la persiana sube hasta el
tope. Los bichos de los rayos del sol ahora se muestran. Siempre estuvieron
ahí, y también adentro. Pero hacía falta luz para que yo los viera. Los bichos
engañan todo el tiempo. Me siento y los veo descender hasta mí, con los últimos
rayos de la tarde. En mi cuerpo no puedo sentirlos aunque sé que están en todas
partes. Mantengo la boca cerrada.