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20/12/12

cuarenta



Hay un hombre al otro lado de la ventana. O una mujer. De repente se hizo una silueta entre las hendijas. Ya pasó el mediodía y sé que hace medio día que estoy acá adentro. No tuve ganas de levantarme. En el techo están las estrellas de plástico fluorescente. El camino de estrellas hasta el globo de luz. El globo está adornado con stickers de letras. Las letras no dicen nada.
Me vi a mí misma en una foto. Esta habitación era una foto hasta recién. La luz estaba quieta. El ámbar entraba por la persiana. Sé que afuera debe subir el calor desde el asfalto y desde la vereda. Y alguien se paró del otro lado de la ventana. Es una figura humana. No quiere decir que sea un humano. Pero quiere decir que puede estar cerca de serlo. Me aterra. Me parece ver ojos. Es algo violeta.
 Ya es hora de levantarme. El mundo puso el terror para que corramos. Las bocinas suenan como una fiesta, como yendo hacia una fiesta, llevando a alguien que triunfa. La música es la misma hace rato, puedo cambiar los discos si giro sobre mí misma. Y si bajo un brazo está la botella de agua.
Apoyo los pies en el piso y me incorporo. Siento una respiración, siento vida que emana por unos poros al otro lado de la persiana. Se acerca, sus ojos penetran en el claroscuro de la habitación. La silueta se delimita perfectamente y perfecta. Es una figura de una humanidad perfecta. Con un fibrón rojo la marco sobre las tablas de la persiana. Quizá podríamos esperar todo el día, sin movernos los dos. El sol proyectaría otras sombras. Podría pintar el lado de la calle, de mi calle, y no verla nunca más. Las sombras desconocidas que me inmovilizan. Mis propios pies, mi cuerpo tantas veces desconocido. Con el mismo fibrón remarcarme las venas. Como en una muerte lenta, mis venas despidiendo rojo a través de mi piel. Lentamente tajos.
Mi lado izquierdo como una nervadura. Del pecho parten líneas no tóxicas, es un marcador para niños. Imagino que rasgo algo. Y algo de rasga, mi imagen en el espejo, quieta, tan sólo doy media vuelta para mirarme. Ahora estoy de espaldas a la persiana pero puedo controlarla a través del espejo. La sombra sigue ahí. Quizá mi sombra coincida con la suya. Quizá ese ser  use la mano izquierda para marcar su cuerpo. De espalda coincidiríamos uno tras el otro. De frente sus venas complementarían las mías. Mi medio cuerpo rojo. Cada vez más. Entonces la sombra se vuelve más pequeña, parece difuminarse y desespero. Levanto la persiana de un solo tirón para evitar que tenga tiempo de huir. Voy a asustarlo. Voy a hacer que se sobresalte y su corazón lata tan rápido como el mío. Voy a mostrarle que parezco mitad de carne y mitad de piel o parezco un mamarracho de niña con un solo fibrón, le voy a decir que me lama, que no es tóxico, al menos no mi lado izquierdo.
Tiro y la persiana sube hasta el tope. Los bichos de los rayos del sol ahora se muestran. Siempre estuvieron ahí, y también adentro. Pero hacía falta luz para que yo los viera. Los bichos engañan todo el tiempo. Me siento y los veo descender hasta mí, con los últimos rayos de la tarde. En mi cuerpo no puedo sentirlos aunque sé que están en todas partes. Mantengo la boca cerrada.