planté un arbolito
pequeño en el jardín
para que cuando crezca
nuestro cariño
podamos dejarlo a la sombra
para que no estalle
***
si es demasiado grande
el cariño
podremos aplastarlo
o cortarlo en trozos
****
no lo congelaremos
***********************
no pensamos que el frío conserve la vida
solo preserva el cuerpo y eso no
nos preocupa.
*
mentira número diez
"al menos
aceptemos que somos lindos"
***************
no es que me guste nada más que el sexo pero es que que qué
es que qué
es que no importa
*
a nadie leimporta si a vosetc etc
peroa mì
sí
***
voy a tratar de leer libros
abajo del árbol
el árbol dará
un
limón
/
(primeramente) UN
limón al año
posteriormente dará otros
no diré (nos) dará
aceptémoslo
de a uno
************
hay cosas que no se parten
por ejemplo
el corazón
esta metáfora
la puse a prueba
tuve mi corazón y lo usé de colchoneta
************
colchoneta?
chancla
conchachori parrapápa
*************
planté un arbolito
pequeño en el jardín
planté un arbolito
pequeño en el jardín
pirubirúm...
pirurirurám.......
tuve un hijito
y lo maté
iba a hacer un libro con esto
LA PARTE
19/3/18
30/4/13
cuarenta y seis
Yo estaba ahí tratando de escribir algo en la cama y me di
cuenta de que se acabó el erotismo.
Le dije se acabó el erotismo. Para mí, claro. No, en
realidad quiero decir que se acabó mi material, se hizo viejo y murió, algo
así.
Se me hace ridículo y difícil hablar de eso de escribir yo.
Venía usando imágenes que tengo en la cabeza, más o menos conocidas, más o
menos vistas. Pero ahora no, ya no puedo. Me bajaron como de un gomerazo, y
cuando pienso en momentos anteriores no puedo ver lo erótico, porque me parece
que traiciono algo.
Se acabó el erotismo, escuchame, le dije y el otro me miró.
Pero por qué, me dijo sin darme pelota. Él revisaba sus papeles, porque él sí
puede escribir aún y no se le acaba el erotismo nada y si se le acaba me da una
orden, por ejemplo me dice pendeja ahora ponete a dormir. Yo le digo que no
quiero y él me dice que me ponga a dormir que ya es tarde, entonces yo me estoy
por poner a dormir, le doy la espalda y se acerca. Después escribe algo así y
lo escribe mucho mejor que yo.
Será por eso que se me acabó el erotismo, por envidia, digo.
Porque lo miro con un odio, a veces. De verlo revisar los papeles y hojas y
hojas y hojas y hacer anotaciones y siempre tener una cosa nueva para decirme,
una cosa nueva de esas memorables, por eso lo odio y me calienta también, por
original y por amante.
Porque encima me volvió una traidora. En realidad me dio la
posibilidad de volverme una traidora, y yo estoy todo el día pensando si será o
no será traición si por ejemplo pongo en un personaje de un texto todos sus
rasgos, los lindos y los asquerosos. Pero no se lo pregunto porque con ese
hombre no se puede ni hablar de literatura que ya te habla de la propia vida y
es por eso que termino confundiéndome y pienso que es traición.
Mirá cómo me libero, pelotudo.
Escribo uno de esos detalles memorables de esa vez que no me
podía dormir y empecé a ponerme nerviosa. Me quería ir a casa, no sabía si taparme
o destaparme, si correrme para el sillón, y al final agarré de la biblioteca
los cuentos completos de di Benedetto porque el otro me dijo que iban a
servirme para la escritura, o qué se yo. Bueno, ahí yo no tenía ni una pastilla
para dormir que tomarme ni tanta confianza como para servirme algo en la
cocina, tenía, según él, plena libertad ahí, en el estudio y en la biblioteca,
pero del resto no había dicho nada. Cuando me levanté para ir al baño incluso me
sentí un poco intrusa. La cuestión es que cuando el otro se despertó se dio
cuenta de que yo no estaba y me vino a preguntar si estaba paranóica. Paranóica
fue la palabra que usó y yo dije que sí. Entonces él dijo esa cosa que me
parece memorable, de que imaginara que el ruido del ventilador era una turbina
y que yo estaba en un avión de viaje a donde quisiera. En vez de imaginarme eso
me imaginé que el colchón era la alfombra de Aladín, pero lo hice como si
hubiera acatado una orden, y me quedé dormida.
Se me ocurrió, el otro día, que podría escribir algo
titulado La muerte del (algo). La muerte del “otro” queda muy feo. Pero la
muerte de él, que se muere y que me deja de una vez en paz la cabeza para
escribir sin parecerme que estoy usando lo que no debiera, o algo así. Porque
esto es la escritura forzada, empujo un cúmulo de cosas hasta el texto y quedan
desacomodadas como un tetris pero así parece que al menos no fue mi intención,
sino que se me escaparon, nada más que un borrador y listo. Y lo titulo la
muerte del corrector, la muerte de la biográfica, la muerte del potencial
plagiado, la muerte del proporcionador de ideas sobre la muerte.
Y yo estaba ahí tratando de escribir algo y el otro me
responde “pero por qué”. Pero por qué no te morís, le digo, y levanta la vista.
Pero por qué no te morís qué, me dice y le digo vos morite, vos. Y el tipo se
lo toma como que lo estoy buscando o algo y me dice que no me haga la
intelectual con la lapicera en la mano sentadita en la cama así. Sentadita así.
Y me le acerco, y el tipo se lo toma como que tengo ganas, y por fin deja los
papeles en la mesita de luz y se saca los anteojos. Se acomoda y me pregunta si
le voy a mostrar mi cuentito, y yo le digo que ahora le voy a mostrar mi
cuentito. Cierra los ojos, me siento encima suyo y le miro las facciones lindas
y las más asquerosas. Me parece que a él mi silencio le gusta, antes de que empiece a leer.
Estiro el brazo y agarro sus papeles y leo en voz alta el título y la
primera línea y él sin abrir los ojos hace un gesto de sorpresa, una sorpresa
lenta y reconfortante: Son sus propias palabras. En boca de un narrador
minucioso que arma un cigarrillo con filtro de carbón, que pide fuego a una
mina que anda por el Once, que cuando se aleja le mira el culo, increíble, de
antología. Se excita, el otro, el otro de él mismo y él mismo en mí y ahí
sentadita yo, hecha una intelectual con la lapicera en la mano. Me le tiro encima y se la clavo en un ojo, con
fuerza, con mis piernas a los costados de su cuerpo, lo tengo para que me diga
qué hacés, enferma mental y por qué. Y por qué, ¿y pero por qué? Y lo dice él y
yo repito y por qué y por qué y pero por qué y por qué y con la lapicera no hacés nada por qué no te morís de una vez y
entonces corro y atrás (pido a las musas) su ansiado cadáver y qué decirles, yo, nada, más, estaba, viendo, si, me, inspiraba. Y. Mis. Intenciones. Son. MÍAS: Por
fin :
Mi algo.
9/4/13
cuarenta y cinco
No quiero quemarlo pero no sé. Cuando digo quemar pienso en
fuego y por el fuego pienso en el agua. No sé si son días de fuego, de agua, o
de hojas húmedas. Una mezcla de colores cálidos y humedad. Sentidos en tensión.
Por la ventana el cielo, como a las siete de la tarde rojo.
A la mañana: gris, por la calle una tristeza azul. Hoy me desperté pensando lo
odio todo. Y después pude tomar el desayuno y pegarme una ducha. Y en el espejo
del baño me vi desnuda y comprendí que la sensación era hacia mí misma, y que
soy una egoísta por pensar “lo odio todo”,
cuando me odiaba a mí.
Cuando fue el cumple de mi viejo vino mi tía a verlo, pero
él no estaba. Yo recién llegaba de no sé dónde y me senté a la mesa a tomar un
té de no sé qué con anís, feo. La tía me preguntó qué andaba leyendo, yo le
conté que un poco de análisis de discurso, enunciación y esas cosas. Ella me
nombró a un autor y yo le dije no, ese no, ese lo leí pero para otra cosa.
Entonces ella levantó ese pecho enorme que tiene y siguió preguntándome. Yo no
tenía mucha idea de qué andaba leyendo yo misma, y desvié para no sé dónde,
cuestión que terminamos hablando de la esquizofrenia. En realidad de algo así
como una esquizofrenia en la danza, algo que se dicta en una cátedra en la universidad
del culo y que, bueno, por ahí me interesaba.
Ah, porque yo le hablé de la biodanza. Ahí la abuela, que también estaba tomando el
té con el anís, dijo que le encantaba la biodanza, que este año iba a hacer. Yo
le dije que la veía joya, porque es una abuela bambulera. Bambulera naranja. Y
la tía entonces me habló de eso de la esquizofrenia. Ahí mi vieja, que estaba
en mute, se interesó y preguntó que qué era eso de la esquizo…danza? O algo por
el estilo (de esto yo no me acuerdo), y ella le buscó la vuelta, dijo que debía estar hablando del
cuerpo escindido.
Después me quedé pensando en eso y no pude evitar sentir dolor. Ese
vértigo extraño, justo en mitad del cuerpo, al imaginarme eso del cuerpo
escindido: una máquina que te separa en dos, cortando cada una de las fibritas
musculares y óseas y cada venita justo en la mitad del cuerpo, en vertical.
tttttttrrrrrrraaaaaaaaaaccccccc
La imaginación me está jugando malas pasadas, y como en el
espejo, un poco lo detesto, porque tengo todo lo que necesito y sin embargo,
tengo acidez.
El cuerpo escindido, debe ser título de algo, busco, y en
tiempo real (unos segundos…) leo apurada un artículo que no entiendo porque intento
vincularlo con mi idea de la separación, y esto habla de cuerpo escondido, no escindido. Hablaba de
liberación femenina. Y qué tenía que ver la píldora.
Me pregunto qué estoy haciendo, porque cuando abrí el
archivo lo que yo quería era escribir un cuento. Y qué estoy haciendo, porque
en el fondo sé que igual voy a publicar lo que venga por una necesidad que no
sé describir.
Se me vienen a la cabeza diez mil divagaciones
académicas/intelectuales. Creo que me siento un velerito en un la mar de cosas
que debería aprender en la facultad. Creo que sobre todo soy un velerito y no
puedo evitar estar sumergida pero a la vez voy a merced del viento y también
soy una tripulante perdida en una isla comiendo arena escupiendo textos secos,
golpeando un coco.
Golpeando un coco ajeno.
Como si fuera un cerebro escindido de mi cuerpo. Un algo que me habla
a mí en el espejo a la mañana y que me pone en vereda y me dice ves, ves, ves?,
con el correr de las horas y cuando el día demuestra que es nada más que un
día, distinto de todos, como siempre, y no por no ser predecible, temerario: me
lo señala con obstinación, mientras me recuerdo a mí misma que algunos sí que
son unos días del infierno y otros son días celestiales y tengo pf pero para
rato, querida (me dice). Entonces verifico mi cuarto, mis cosas, los movimientos
de mi cuerpo (pongo un tema), la hora en el reloj, mi garganta, y me releo, sin
distancia, pensando en qué tiene que ver esto y lo otro con el primer párrafo
y
se me
ocurre,como
gotita, el color
verde
.
18/3/13
cuarenta y cuatro
Mientras miro el cronómetro pienso que no puedo evitarlo. “Es
como el tiempo”. Es como casi todas las otras cosas que están acá, como si no
pudiera evitarlas. No yo, sino el mundo. Como cuando es muy de noche, por ejemplo, las tres
de la mañana de un domingo y miro por la ventana.
Es inevitable y ágil, come-instantes, me desespero de a
milésimas (pensarlo así, es como tratar de imaginarme un punto, y luego otro, y
otro, y otro). Cuando de noche enumero cosas que no quiero pero que ya
sucedieron. La culpa, es inevitable, y preguntarme qué hubiera pasado si me hubiera
detenido otro segundo más, quizá otra milésima.
Y desde que activé el cronómetro el tiempo me pisa los
talones. Y la imagen me hace pensar en algo sin talones.
Una serpiente.
Pero yo ahora diría que es un alivio. La estructura no me
mece, pero me contiene. El avance de los números, el ciclo me hipnotiza, no
pretendo pensar en más nada nunca. Pero soy la precisión. No babeo ni divago,
no hablo pero tampoco tengo tiempo de hacer silencio: como es inevitable estoy
pendiente del tiempo. O no inevitable, pero casi inevitable al menos las noches
y los domingos. Cuando el árbol está ahí y el auto del vecino y la luna y los
tachos de basura.
Y convertí todo en un domingo y en este cuadrado de calle.
Llegué a la conclusión de que lo mejor es el encierro. No hablar más con nadie.
No hacer ninguna compra. Y si es parte de la vida que me desnutra que me vuelva
loca ojalá me tome otro minuto para retenerme a mí misma acá una y otra vez en
el encierro conteniendo las ganas de poner mis ojos en la gente o en los
libros, porque creo que ya es suficiente y voy a hacerle guerra al futuro desde
esta habitación, viendo cómo me crecen el pelo y las uñas mientras el número en
el cronómetro es más y más grande como si yo lo alimentara y lo alentara.
Empiezo a sentirme acompañada o al menos supervisada, es un control mutuo. Nada
va a turbarme porque el avance infinito me saca las ganas de todo, no tengo
deseos de hacer nada, corroboro que no hay ninguna necesidad. Ni de mí ni de
nadie. Y pienso en los términos inevitable y necesario, quizá mi vida empieza a
reducirse de a poco a una confrontación de conceptos y luego de términos y
luego otros más simples, y sílabas y letras y finalmente sólo estemos los
números y yo para la eternidad o hasta la muerte y entonces desespero y
desespero enorme propagado en la nada porque pienso en este mundo en estas
baterías en la energía eléctrica en este parpadeo repugnante y el cronómetro
falla titila en luz roja y después de muchas horas la sorpresa me pone en
estado de alerta, ahora salí de la hipnosis ahora extraño ahora me mareo, estoy
en mi cuerpo medio impulsada y el deseo es creciente, nada es calculable y
lloro sobre las cosas, el llanto se evapora y ahí estoy en el mundo en ascenso a una nube y
la lluvia
la lluvia
cayendo
sobre una
hoja
12/2/13
cuarenta y tres
––Está lloviendo ya.
(anoto: así es la última línea de diálogo, en boca de tía
Edel).
A las seis de la tarde mi viejo golpea la puerta de mi pieza
y dice que me trajo coca cola. Voy a la cocina y me sirvo un vaso. Es como el
milagro del día, por fin me levanté de la cama.
Me pregunta por mamá. Le digo que no sé dónde está, y por la
ventana veo que está en la pileta. Es raro que mamá esté en la pileta. Mi viejo
le grita si quiere un vaso de coca. De golpe la botella es una excusa perfecta,
para mí para vos para todos.
Bajamos, yo pongo los pies en el agua, mi viejo se mete. El
agua está caliente. Hay truenos. En el patio de cemento están mis tías, Edel y
Dora, con Quico y María Luisa. Pusieron el ventilador, y están alrededor de una
mesa con mantel escocés: tereré con mocoretá rosado, cerveza sin alcohol,
bambitas y tarta de manzana.
La tía Dora me pregunta por el gato. Le digo que está a sus
pies y entonces lo encuentra. Le dice Guli, Guli, qué calor que hace Guli. Cuando
ve que tengo un cigarrillo en la mano le cuenta a Quico y María Luisa que yo le
decía tía tía decile a mi mamá que no fume, que se va a morir.
––Ahora te tengo que avisar yo: que te vas a morir ––me
dice.
Las tías tienen la permanente perfecta, recién hecha. Ayer a
la tarde también hubo reunión en el patio de cemento. Además de Quico y María
Luisa estaban Estela la vecina, y mi
hermana. Yo bajé a pedir una buscapina y la tía Edel me dijo que tengo que
dejar de tomar fernet.
Quico es el peluquero de la casa. Le estaba haciendo la
permanente a la tía Dora, que tenía la cabeza llena de tubitos rosas y
celestes. No sé por qué me pareció la tapa de un disco de Blur.
Yo tenía ganas de que me hicieran algo en el pelo pero Quico
nunca más me va a hacer nada porque el año pasado me hizo un corte carré por la
mitad, porque no le dejé que siguiera. Me levanté y me fui. La tía Edel esa vez
me dijo que soy una borrega prepotente. Siempre odié eso de borrega. Y en realidad no sé si Quico se ofendió o no
realmente. Creo que en realidad estaba ofendido porque mientras me cortaba se
puso a hablar de literatura rusa y yo le llevé la contra en todo.
Dora dice que tengo que callarme la boca así Quico también
se calla. Habla muchas boludeces y con un acento insufrible. Mi viejo ya no
quiere hacer asados con Quico porque se le pone a leer el diario que él quiere
usar para hacer fuego… diarios viejos, y dale que dale Quico no para de hablar
boludeces pasadas de fecha.
La cuestión (pongamoslé) es que a mí también me hizo un
peinado pasado de fecha, y después quedé medio Mafaldita. Ahora lo saludo con
cierta vergüenza y ya no me habla de literatura de nada. La última vez me habló
de algo del Taj Mahal.
Estamos, en fin, mi mamá, mi viejo y yo en la pileta. Atrás
mío hay nubes negras. En la esquina del jardín está saliendo un árbol. A mi
mamá eso le preocupa. Mi papá me pregunta cómo es que se germina un árbol. No
tengo idea pero le muestro una cosa que aprendí hace poco: que aprieto un brote
y sale una florcita fucsia.
––Se va a llenar de flores. ––dice mi viejo.
Digo que Petunia, mi perra, reencarnó en el árbol. Que ni se
les ocurra sacarlo. (El árbol crece en la esquina donde Petunia está
enterrada). A mi viejo le gusta esa idea y me dice que él siempre lo riega. La
imagen de la perra es cada vez más difusa para mí, pero se me dibuja el alma
con forma de árbol o con forma de cualquier perro que se le parezca. Mejor si
petunia es un árbol.
Anoche cuando pensé que me moría no se me ocurrió pensar en
yo muerta. Ahora sí se me ocurre y me gustaría reencarnar en el mismo árbol.
¿Se puede eso? Todo esto transcurre mientras me estoy fumando el mismo
cigarrillo. Con ese mismo cigarrillo en la mano me pongo a descolgar la ropa
porque los truenos se ponen más rudos. Mi viejo me pide que vaya arriba a
buscar toallas. Llevo dos toallas chiquititas, sin querer, pero ya están ahí y
se secan el cuerpo de a partes.
Mientras voy y vengo mi tía Edel me ofrece primero tarta de
manzana, después mocoretá, después bambitas y después me pregunta si no quiero
una copita. Le digo que sí, ¿una copita de qué? De cerveza sin alcohol.
Se corren despacio al tinglado. Quico lleva la mesa con el
mantel escocés. La tía Dora en la silla de ruedas, Edel preocupada por el gato,
mi viejo frustrado por la lluvia que le arruinó el paseo en bici que planeaba.
Yo siento, por fin: milagro II de un día horrible, que la cabeza se me acelera
un poco.
Me pregunto qué quiere decir “tinglado”. Ese que está a
mitad del patio de cemento y del jardín y donde nos reunimos cuando viene la
tormenta. Abro un google y un Word y tipeo estas cosas.
TINGLADO:
1-Cobertizo.
2-Tablado, armazón levantado del suelo:
3-
Enredo, intriga, maquinación oscura de dudosa legalidad:
4- Alboroto,
jaleo:
5- Conjunto
desordenado de cosas.
Milagro III de un día horrible: ¡tinglado!: perfecto.
––Está lloviendo ya ––dice la tía.
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