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18/3/13

cuarenta y cuatro



Mientras miro el cronómetro pienso que no puedo evitarlo. “Es como el tiempo”. Es como casi todas las otras cosas que están acá, como si no pudiera evitarlas. No yo, sino el mundo. Como  cuando es muy de noche, por ejemplo, las tres de la mañana de un domingo y miro por la ventana.
Es inevitable y ágil, come-instantes, me desespero de a milésimas (pensarlo así, es como tratar de imaginarme un punto, y luego otro, y otro, y otro). Cuando de noche enumero cosas que no quiero pero que ya sucedieron. La culpa, es inevitable, y preguntarme qué hubiera pasado si me hubiera detenido otro segundo más, quizá otra milésima.
Y desde que activé el cronómetro el tiempo me pisa los talones. Y la imagen me hace pensar en algo sin talones.
Una serpiente.
Pero yo ahora diría que es un alivio. La estructura no me mece, pero me contiene. El avance de los números, el ciclo me hipnotiza, no pretendo pensar en más nada nunca. Pero soy la precisión. No babeo ni divago, no hablo pero tampoco tengo tiempo de hacer silencio: como es inevitable estoy pendiente del tiempo. O no inevitable, pero casi inevitable al menos las noches y los domingos. Cuando el árbol está ahí y el auto del vecino y la luna y los tachos de basura.
Y convertí todo en un domingo y en este cuadrado de calle. Llegué a la conclusión de que lo mejor es el encierro. No hablar más con nadie. No hacer ninguna compra. Y si es parte de la vida que me desnutra que me vuelva loca ojalá me tome otro minuto para retenerme a mí misma acá una y otra vez en el encierro conteniendo las ganas de poner mis ojos en la gente o en los libros, porque creo que ya es suficiente y voy a hacerle guerra al futuro desde esta habitación, viendo cómo me crecen el pelo y las uñas mientras el número en el cronómetro es más y más grande como si yo lo alimentara y lo alentara. Empiezo a sentirme acompañada o al menos supervisada, es un control mutuo. Nada va a turbarme porque el avance infinito me saca las ganas de todo, no tengo deseos de hacer nada, corroboro que no hay ninguna necesidad. Ni de mí ni de nadie. Y pienso en los términos inevitable y necesario, quizá mi vida empieza a reducirse de a poco a una confrontación de conceptos y luego de términos y luego otros más simples, y sílabas y letras y finalmente sólo estemos los números y yo para la eternidad o hasta la muerte y entonces desespero y desespero enorme propagado en la nada porque pienso en este mundo en estas baterías en la energía eléctrica en este parpadeo repugnante y el cronómetro falla titila en luz roja y después de muchas horas la sorpresa me pone en estado de alerta, ahora salí de la hipnosis ahora extraño ahora me mareo, estoy en mi cuerpo medio impulsada y el deseo es creciente, nada es calculable y lloro sobre las cosas, el llanto se evapora y ahí estoy en el mundo en ascenso a una nube y
la lluvia
cayendo
sobre una
hoja

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