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17/7/12

uno


“Ante la imposibilidad, localizo esto justo en el lado izquierdo de mi pecho. La muerte como inminencia. El dolor que amor y desamor”.

Y ahora me pregunto por qué la instancia de escritura en el jardín tenía que ser tan…

Circulatoria.

Pienso que la palabra es circulatoria e imagino un corazón apelmazado. La sangre engrosada que no puede circular por las venas con suficiente rapidez. Se termina la espontaneidad. El simple impulso de enamoramiento y de vida.

Y vine al jardín a escribir y rescribir pero lo único que puedo hacer es comentarme a mí misma que no, que así no y así tampoco. Mientras tanto el vecino se subió al tanque de agua y, parado ahí con los brazos en jarra, mira hacia todas partes como si se le hubiera perdido una idea.

Me acerco al paredón y lo miro desde ahí. Ahora su cabeza parece aún más pequeña: un cuerpo demasiado grande para ese cerebro. “Así no vas a encontrar ninguna idea”. Y digo “encontrar” porque, seguramente, la idea va a ser ajena.

––No hay agua. ––le digo–– ¿vas a arreglarlo?

El tipo mira hacia abajo. Acá estoy. Soy un bicho. Yo.

––no hay agua ––me dice.

Me siento en el banco otra vez. Allá arriba del tanque sigue buscando.

––Es la pileta de los de al lado. Son los de al lado. El agua de todo el barrio se va por ahí. ––le digo.

“Pileta pública”, escribo. “Pis”

––¿Eh? ––me dice el tipo, con cara de no entender. Contorsiona la boca, arquea las cejas y abre los agujeros de la nariz.

––Se merecen el pis de todo el barrio.

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