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9/10/12

diecinueve



Quizá fuera ese modo maldito que tenía de apoyar la mano en  el asa de la pava eléctrica. Cuando bullía el agua para el té se aferraba para sentir la vibración. Yo estaba sentada en la mesada y ella hacía como que iba a quemarme apoyándome la pava en las piernas. Yo las corría en un espasmo como reaccionando a un estímulo caliente, pero el plástico nunca quemaba.
Era eso o quizá ese amor lento con que puso en un florero las flores que una mañana me decidí a comprarle. Eran fresias, fucsias y amarillas. El olor me había hecho detener en la esquina, un segundo mínimo antes de cruzar la calle. Me hicieron acordar a un gusto viejo, cuando me gustaban las flores y mis preferidas eran las fresias. 
 Ella tuvo una reacción lenta, de chica agasajada por un extraño con bigote incipiente y transpirado. 
Hasta me toqueteé la cara para corregirme el brillo, la transpiración. Tanteé si mis cejas todavía tenían forma de cejas de chica. Ella llenó un frasco de vidrio donde habían venido unas aceitunas. Puso el frasco bajo el chorro de agua del lavaplatos, inclinado, sin abrir la canilla del todo. Lo llenó lentamente , después tomó el ramito por el papel metalizado y lo metió en el frasco que dejó ahí mismo.  Un adorno barato sobre la mesada, en el lugar donde a la mañana yo pongo mis piernas para que hagamos de cuenta que me las quema.
Flor
te hace falta
Agua fresca?

Yo tengo tanto frío

Escribió una poesía titulada "El retorno a las hornallas"
o métase usted una fresia en el culo.

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