Los de la municipalidad plantaron florcitas amarillas en las
esquinas de las plazas. Los días que voy a cursar, cuando vuelvo arranco
algunas y las traigo a casa, y aunque las pongo en agua no duran mucho, se
marchitan rápido. En cambio las fresias duran más. Los miércoles los chicos que
venden Rodesia en la esquina traen ramitos de fresias. Me siento una chica
hermosa volviendo a casa con un ramo en la mano.
Nunca me gustaron las flores, digo a veces. Me hacen acordar
a bichos, imagino una especie de gusanos que salen del centro de polen. El
polen me da no sé qué… cuando alguien lo pide en la dietética no puedo creer
que lo consuma en serio. Quizá solo lo compre, como hace mi tía que se compra
la ropa para que la usen otros cuando ella muera. Todo lo referido a abejas me
da miedo, la muerte también. Pero me acuerdo que un día me trajiste una rosa
porque yo estaba muy enojada.
Las cosas se van a quedar donde están. Y a veces, cuando me
siento enferma, quemaría todo de pura bronca. Creo que alguna vez creí en la
eternidad y la quise. Creo que cuando dejé de creer en la eternidad ese deseo
quedó dando vueltas, saturando el aire.
La primavera me pone a hablar del polen y de vos. No sé muy
bien, pero parece que soy de lo más normal: en septiembre hablo de flores. Y
esta tarde pasé frente a tu casa vieja. Había flores violetas en la entrada,
una planta bien firme y nueva.
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